miércoles, 10 de agosto de 2011

Viajando por México con la familia.

Tengo la fortuna de haber nacido en una familia algo dispersa. Tengo abuelos, tíos y primos, prácticamente en todo el país. Yéndonos un poquito hacia atrás, mi familia tiene orígenes cubanos, griegos y españoles. OK. Tengo la familia MUY dispersa.
Del lado español, hay una rama de gitanos nacidos en España. Creo que de ahí viene todo esto del gusto por viajar. (Y el mío, de no estar demasiado tiempo en una ciudad, supongo)

Mis papás son de esos que gustan de tomar carretera con cualquier pretexto. Ejemplo: hacíamos 30 minutos de viaje, para ir por un raspado a un pueblo cercano a la ciudad. O cuando le encargaron tequila a mi papá, y fuimos a Tequila, Jalisco a comprarlo. (Menos mal que no le encargaron chorizo, o habríamos terminado en Toluca)

En una ocasión, un domingo, salimos mis padres, mi hermana y yo a una playa a una hora de camino. Pasamos un día fabuloso. De regreso, mi papá decidió tomar el camino costero. Un poco más largo que el habitual, pero mucho más hermoso por la tarde. Veníamos llenos de arena y todos pegajosos de sal, así que decidimos llegar a un río a bañarnos. Bajamos de la camioneta, toalla en mano, sandalias, todos felices y nos metimos a un río precioso, de aguas cristalinas. Una belleza.

No habían pasado 10 minutos, cuando escuchamos el barritar de un elefante. Sí, de un elefante. Y no, no fumamos de la verde... Sorprendidos los 4, nos quedamos callados, cuando de nuevo escuchamos el tremendo grito, por así decirle, de un elefante. ¡UN ELEFANTE! Estaba claro. Cerca de ahí, había un elefante.

Nos dimos a la tarea de buscar al dichoso animal. Tenía que haber una explicación obvia, ¿cierto? Caminamos unos 100 metros por la orilla del río abajo, y al doblar una curva, escuchamos el grito de monos, rugidos, barritadas. Era un circo. Habían acampado en un pequeño valle de la población, cerca del río, y estaban refrescando a los animales con el agua del arroyo.

Era un espectáculo. Nos quedamos impávidos ante lo que veíamos. Con bombas sacaban agua de una poceta y bañaban a los animales en sus jaulas. Había monos, un elefante africano, un tigre muy flaco en su jaula que renegaba del baño y perros vestidos con faldones Está de más decir que nos quedamos un rato a disfrutar del paisaje, impresionados con la escena. ¿Quién puede decir que se bañó en un río con un elefante? (Sin drogas de por medio. Sean serios).

Esos eran los domingos con mis viejos, en familia. Siempre hay algo que contar.

Hemos hecho viajes a Veracruz, Guanajuato, Michoacán, Puebla, el norte del país, Estado de México, etc.
Mucho que decir, como cuando nos perdimos de camino a Michoacán, y acabamos en un santuario de la mariposa monarca. O como cuando paramos en La Marquesa a comer un pollo con forma de conejo.
(Era conejo, pero mi papá no nos dijo)

O cuando me intoxiqué comiendo unas quesadillas de hongos en Puebla, y le confesé a mi papá de mi novio, sin querer. Estaba alucinando.

 En Veracruz, una indigente me enseñó a bailar salsa, afuera del Café de la Parroquia. Era una maestra que había caído en desgracia. O de cuando en las faldas del Nevado de Toluca me ofrecieron un refresco "al tiempo" y tenía escarcha.

O de aquél grupo de AA en Veracruz, donde el mobiliario rezaba Corona y Pacífico.

O cuando mi papá nos llevó al DF por primera vez, y le quitaron el carro porque no circulaba ese día.

En esa misma ocasión, en el DF, pasamos el susto de nuestras vidas. Un auto nos persiguió cerca de 30 minutos, a gran velocidad. Mi papá, haciendo gala de su pericia al volante, trataba de esquivarlo, pero no pudo. Hasta que paramos en un semáforo y el auto se emparejó con el nuestro, el conductor bajó la ventana y, con voz bonachona, nos dice: "¡Hasta que lo alcanzo! Tiene la cajuela abierta y se le van a caer las maletas, oiga!" Y nosotros que pensábamos que íbamos a ser víctimas de un secuestro exprés...

De gente bajando escaleras en un hotel viejísimo en Guanajuato, que nunca llegaban al lobby...

O de aquél mulato que me enseñó a bailar danzón, en una plaza en Veracruz.

Tantas y tantas historias bonitas que nos quedan cuando viajamos. Es un placer pertenecer a la familia de la que vengo y vivir en México.

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